Todos los errores pigouvianos son iguales, pero algunos son más iguales que otros

Hoy les voy a contar algo que quizá les sorprenda tanto como a mí. No hace falta torturar mucho a los datos ni proponer teorías muy heterodoxas para tomar acciones serias contra el cambio climático. Las consecuencias de hacer demasiado son mucho más benignas que las de hacer demasiado poco. Esta afirmación se basa en la conferencia presidencial que impartió Per Krusell en el congreso anual de la Asociación Europea de Economía, que este año se ha celebrado de manera virtual por primera vez. La conferencia de Per, como las demás plenarias, está disponible para todo el mundo aquí. No se la pierdan porque vale mucho la pena.

Per ya ha sido mencionado en este blog en múltiples ocasiones. Por ejemplo, el artículo pionero de Per con Anthony Smith enseñó a una generación de macroeconomistas a trabajar con agentes heterogéneos y hoy lo raro es ver modelos macro con agentes representativos. Así que cuando alguien le diga que el problema de la macro “ortodoxa” es que supone agentes representativos, ya sabe que lleva más de veinte años sin leer nada de macro moderna.

La conferencia comienza con algo obvio, el cambio climático está ocurriendo, y hay un consenso sobre que es importante limitarlo. En cambio, hay menos consenso en cómo hacerlo. Y los economistas estamos muy cualificados para identificar la forma óptima de reducir emisiones. La receta ya la proporcionó Pigou hace 100 años. Debemos aplicar un impuesto equivalente a la diferencia entre el coste marginal privado y el coste marginal social de las emisiones. Como además el dióxido de carbono se expande muy rápidamente en la atmósfera y afecta a todo el mundo, el impuesto debe ser global.

Pero si estamos de acuerdo en todo, ¿podemos parar de investigar ya? La respuesta de Per es claramente negativa por tres motivos. Primero, decidir cuál es el impuesto óptimo no es trivial y requiere trabajo de varios campos, teóricos y empíricos. Segundo, porque quizá la receta de Pigou está mal. Para empezar, supone la ausencia de otras distorsiones que habría que tener en cuenta. También supone que los “mercados funcionan” y quizá no lo hagan. Y además supone que los incentivos van a ser suficientes, la gente es racional y las normas sociales no son importantes. En tercer lugar, los líderes mundiales no siempre siguen nuestras recomendaciones y queremos saber qué pasa bajo políticas que no son óptimas. El trabajo de Per se va a centrar en el primer y tercer puntos. Ya me encargaré yo en otras entradas de traerles alguna discusión sobre los otros puntos.

Para trabajar sobre el primer punto, es útil ver de una forma simplificada la fórmula del coste marginal social, o “coste social del carbono” (CSC)

Los elementos esenciales para darse cuenta de la complejidad del problema están aquí. Por un lado, hay incertidumbre. Además, el problema es dinámico y hay que tener en cuenta, y potencialmente descontar (o no), el impacto sobre distintas generaciones. También hay que calcular el daño en la producción del stock de carbono en la atmósfera y lo que añade a ese stock las emisiones.
El siguiente paso es construir modelos como los que preconizó Nordhaus llamados “modelos de evaluación integrada” (o IAM por sus siglas en inglés) que utilizan métodos de equilibrio general computacional, calibrados con datos reales, para calcular el CSC. Algo importante que surgió en el seminario es que el proceso de construcción del modelo preferido varió entre versiones muy complicadas y otras más sencillas. Al final se decantó en la versión sencilla, porque las complicadas no daban resultados muy diferentes y oscurecían el proceso de comprensión de los resultados.

Este modelo final era de tiempo discreto e infinito, con un bien final y ocho regiones en el mundo (Europa, USA, China, América del Sur, India, Africa, Oceanía, y los productores de petróleo – OPEP y Rusia). Dentro de cada región se produce un único producto por un agente representativo. La función de producción utiliza capital, trabajo y un producto compuesto de energía que tiene elasticidad de sustitución constante, pero imperfecta, entre distintos tipos de energía (petróleo, otros combustibles fósiles y energía “verde”). La productividad total de los factores incorpora daños derivados del cambio climático, y el coste marginal de la energía es constante (cero para el petróleo). El cambio tecnológico es exógeno y el ciclo entre carbono y clima es parecido al que usa Nordhaus. Se supone que hay competencia perfecta, y sólo el petróleo produce rentas, y es la única mercancía que se comercia. Los gobiernos tienen presupuestos equilibrados, no hay transferencias entre países y tienen un impuesto al sector de energía fósil que devuelven directamente los consumidores. Claramente hay muchas limitaciones en el modelo: no hay crecimiento endógeno (podría haber I+D para acelerar las tecnologías verdes), ni no-linealidades (puntos críticos o “tipping points” que generan cambios bruscos, o incertidumbre). Todas estas cuestiones son fáciles de incorporar y no dan cambios gigantes, pero hacen el modelo mucho menos transparente. Por otro lado, como decíamos al principio, es un modelo completamente estándar, sin cargar las tintas ni exagerar en nada los efectos del cambio climático, algo que conviene mantener en mente cuando veamos las conclusiones.

Una vez calibrado con datos reales, el modelo replica de manera muy adecuada muchos aspectos de la economía real actual, a pesar de su simplicidad. Pero lo interesante son las implicaciones de política que vamos a ver en unas cuantas figuras. Primero en este gráfico se puede ver lo que pasa con seis políticas (en el orden de la leyenda del gráfico):. 1. Sin impuestos, 2. Impuestos al carbono solo en la UE, 3. Impuestos al carbón solo en la UE, 4. Impuestos al carbono globales, 5. Impuestos al carbón globales, 6. Impuestos globales al carbono del nivel de Suecia. Hay dos aspectos a resaltar. No hay mucha diferencia entre poner impuestos solo al carbón o a todas las emisiones. Los impuestos tienen que ser globales, no sirve para casi nada que solamente lo haga la UE.

El siguiente gráfico es para mí el más importante de la charla.

La línea negra nos dice qué pasa si ponemos un impuesto basado en los supuestos más optimistas del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC) pero la realidad es mucho peor (impuesto bajo y cambio climático severo). La línea roja es lo contrario. Se pone un impuesto basado en supuestos pesimistas del IPCC pero la realidad es mejor (impuesto “alto” y cambio climático moderado). El resultado es extraordinariamente llamativo. Un error “optimista” nos hace perder una cuarta parte de nuestra renta. Un error “pesimista” prácticamente no tiene efectos. La intuición para este resultado es que partiendo de un impuesto casi cero la distorsión (el coste) que genera en la economía un impuesto “alto” (que en realidad no lo es tanto), es usar una fuente de energía algo menos eficiente, lo que no es un coste brutal y además es fácilmente reversible. Por el contrario, emitir demasiado y dejar que la atmósfera se caliente muchísimo porque el impuesto no reduce suficientemente las emisiones es catastrófico e irreversible. En esta tesitura parece claro lo que tenemos que hacer, tomar el escenario pesimista y actuar ya.

Un par de observaciones más y concluyo. Un impuesto no uniforme es mala idea. Si excluimos a los países en desarrollo, especialmente a China, del impuesto, el resultado es desastroso. Es verdad que la mayor parte del stock actual lo hemos puesto los países del primer mundo. Se les puede (¿debe?) compensar a esos países por otras vías, pero no por la de que no tengan el impuesto pigouviano o no conseguiremos casi nada.. La otra observación es que empujar la energía verde solamente es mala idea. Es imprescindible usar también un impuesto pigouviano.

De manera que ya lo saben. Incluso para un economista completamente ortodoxo hay que tomar acciones serias e inmediatas sobre el cambio climático. Si alguien lo niega no sólo es negacionista sobre la ciencia física, también es un mal economista.